El cristalino corresponde a la estructura transparente dentro del globo ocular, lo que le permite enfocar las imágenes en la retina. Las cataratas son una opacidad de este lente, que se vuelve la pupila de un tono gris o blanco.

El desarrollo congénito de las cataratas tiene distintas causas, como la herencia, infecciones virales de la madre o derivada de otras patologías neurológicas o renales. La automedicación también es un factor.

Su versión congénita agrupa al 50% de los casos de cataratas. Entre sus síntomas, en el bebé se puede advertir una opacidad blanca o gris en la pupila, cuando normalmente debería ser negra. Asimismo, en las fotografías, la pupila carece del brillo de “ojo rojo” o es distinto en ambos globos oculares. Por último, el menor muestra movimientos visuales rápidos e inesperados, patología denominada nistagmo.

Una detección temprana

En los recién nacidos, además de los síntomas ya mencionados, se tiene la percepción de que el menor no puede ver. No obstante, la detección de la catarata congénita se lleva a cabo a través de un examen oftalmológico sencillo.

La aparición de la enfermedad es causa de ceguera en niños de países desarrollados y, en mayor medida, en naciones pobres. Aunque no hay una manera de prevenir que la ceguera deprendida de estas cataratas progrese, los lentes intraoculares son una alternativa para tratar, en parte, estos casos. Si se suman lentes ópticos, algunas de estas condiciones pueden mejorar notoriamente.

 

 

 

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