La “visión en túnel” recibe este nombre debido a la pérdida de la visión lateral, quedando útil solamente la vista central. Este problema de salud ocular puede estar vinculado con dos enfermedades: glaucoma y retinitis pigmentaria.
El glaucoma consiste en una patología que daña el nervio óptico del ojo. Este se conecta a la retina (capa de tejido sensible a la luz que cubre la zona posterior del globo ocular), y se forma por muchas fibras nerviosas, como un cable eléctrico que se compone de diversos cables. El nervio óptico manda señales desde la retina al cerebro, donde estas se interpretan como las imágenes que percibimos.
En tanto, la retinitis pigmentaria se trata de un grupo de desórdenes genéticos que inciden en la capacidad de respuesta de la retina a la luz. Esta es una patología hereditaria que provoca una pérdida lenta de la vista, empezando por una vista nocturna reducida y la pérdida de la visión lateral ya mencionada. Al paso del tiempo, esta afección deriva en ceguera. Lamentablemente, no existe una cura para la retinitis pigmentaria.
Las células de la retina, denominadas bastones y conos, mueren con esta enfermedad. En la mayor parte de variedades de retinitis pigmentaria los bastones (hallados principalmente en las áreas externas de la retina, y encargadas de la visión periférica y nocturna), son los primeros en sufrir una degneración. Cuando las células de la retina más centralmente localizadas (conos) se afectan por esta patología, hay una pérdida en la percepción del color y la vista central.
Es importante controlar la visión periódicamente con el fin de descartar posibles enfermedades. Esta medida puede prevenir daños irreversibles en nuestros ojos, incluso la ceguera.
Fuente: aao.org