A finales del siglo XIX, intrigado por la manera en que nuestros sentidos captan el mundo, el psicólogo californiano George M. Stratton había hecho una serie de experimentos con voluntarios a los que hacía usar unas gafas que distorsionaban sus campos de visión y había comprobado algo novedoso.
Luego de unas horas su cerebro se adaptaba a sus lentes y los sujetos eran capaces de recalcular distancias sin dificultad. Pero Stratton quería ir un poco más allá y se preguntó qué pasaría si una persona usara unas gafas para ver el mundo al revés durante suficiente tiempo.
Stratton puso en práctica su idea en 1897, cuando diseñó unas gafas que permitían invertir la realidad de izquierda a derecha y de arriba hacia abajo. A través de las gafas el mundo parecía completamente invertido y las primeras sensaciones eran de desorientación.
En su primer experimento Stratton usó las gafas durante 21 horas y media en un periodo de tres días y experimento dificultad para ver y moverse. Sin embargo en su segundo intento y llevando las gafas por 8 días ininterrumpidamente se dio cuenta que las imágenes volvieron a estar boca arriba, su cerebro se había adaptado.
Estos xa0fueron la base para entender cómo funciona nuestro sistema perceptivo y la adaptación de la mente para reaprender a ver el mundo. Durante el siglo XX muchos investigadores hicieron nuevas versiones del experimento con diferentes resultados.
En los años 50, el psicólogo Ivo Kohler construyó su propia versión de las gafas de Stratton y se puso a prueba a si mismo durante días. En el documental que grabó sobre los experimentos, podemos verlo caminar realizando tareas como intentar llenar una taza o atrapar el globo que dejó escapar una niña.
El ultimo pionero de la percepción ha sido Jan Degenaar, investigador de la Universidad de París Descartes, quien fabricó sus propias gafas para ver al revés y las utilizo 4 horas durante un periodo de 31 días. «Al principio, la sensación al mover la cabeza era terrible», confiesa. «me sentía mareado y vomité varias veces. El mundo se convierte en algo confuso, todo está justo donde no esperas y tu estabilidad visual se rompe en pedazos».
“Pero algo cambió con el paso de los días”, relata Degenaar. «El mareo desapareció y pude empezar a mirar alrededor sin esa sensación perturbadora». Hacia el día 4, en concreto, empezó a realizar tareas simples como cocinar y salir a la calle provisto de un bastón.
El cambio que yo viví», explica, «indica que la experiencia visual cambia sin que se produzca una rotación de una supuesta imagen y aporta pruebas sólidas de que nuestra visión del mundo está arraigada en la forma en que todo nuestro sistema sensomotor se relaciona con el entorno».
En otras palabras, no es que una parte del cerebro genere una cosa llamada conciencia ni una imagen proyectada de la realidad, sino que la interacción de todas nuestras capacidades perceptivas construye lo que somos.