El trasplante de córnea, también llamado “queratoplastia”, consiste en el reemplazo de parte o de todo el tejido de la córnea por otro injerto donado.
La córnea es uno de los lentes del ojo que se ubica en la zona anterior y externa de este. Está en contacto directo con el medio ambiente y se protege con el párpado y las lágrimas. Por este motivo, es una estructura bastante vulnerable ante traumatismos, inflamaciones e infecciones.
En este sentido, el trasplante de córnea se realiza en los casos donde el tejido corneal pierde su transparencia, obstruyendo una visión apropiada. Esto es habitual en pacientes que han sufrido infecciones o inflamaciones que generan cicatrices en la córnea, así como por enfermedades degenerativas que cambian su estructura.
Asimismo, la intervención se indica en deformaciones corneales relevantes – como el queratocono -, lesiones traumáticas con pérdida de estructura o inflación de los tejidos corneales que no cuentan con tratamiento efectivo.
Para el trasplante de córnea, cada centro especializado que realiza esta operación tiene su propia lista de espera.
En la cirugía, se extrae la córnea del paciente y se reemplaza por la córnea sana donada. Para esto, se adhiere en el ojo del receptor a través de una suturación al borde que queda de la córnea una vez sacada su parte del centro. La operación se hace con instrumentos quirúrgicos de gran precisión.
La intervención es breve, durando alrededor de una hora. Generalmente, después de dos horas de reposo, el paciente puede regresar a su hogar. En relación a cuánto tardará a reintegrarse a sus laboras habituales, va a depender del tipo de actividad que haga. Sin embargo, en unas semanas ya podría llevar a cabo su vida normal.
En Estados Unidos se realizan unas 40 mil cirugías anuales, arrojando bajos porcentajes de rechazo al trasplante. Las manifestaciones que indican una anomalía son enrojecimiento, dolor y reducción de la vista. Ante estos síntomas, es importante acudir a la brevedad a una consulta oftalmológica.