El color de ojos corresponde a la pigmentación del iris, un tejido del globo ocular que reacciona ante la luz como pasaría con el diafragma de una cámara fotográfica. Por los general, los recién nacidos cuentan con ojos de color gris, lo que se debe a la inmadurez de los melanocitos.
El iris rodea a la pupila – orificio central del ojo por el que ingresa la luz- y que, aunque no tiene coloración, se percibe como negro. La zona blanca del ojo la conforman la conjuntiva y la esclerótica, siendo un tejido exterior que engloba al globo ocular, que no tiene asociación al iris. Este segmento es blanco y se aprecia vascularizado con capilares.
En general, durante los primeros días de vida, los bebés poseen un tono de ojos gris. Esto se debe a la inmadurez de los melanocitos, responsables de brindar la pigmentación al iris.
La madurez de los melanocitos y el estímulo de la luz del sol producen la melanina, que le entrega el color al iris. El desarrollo de una menor o mayor pigmentación hará que, posteriormente, el globo ocular tenga un color menos o más oscuro. No obstante, y siendo menos frecuente, hay bebés que nacen con un color oscuro del iris. En estas ocasiones, la tonalidad definitiva será marrón.
Luego del nacimiento, lo que ocurre es que la melanina le entrega el color al ojo a través de los melanocitos que se van desarrollando. Mientras más disminuida es esta coloración, más claro será el ojo. En esto incide la herencia genética transmitida por los progenitores.
Cuando los ojos del menor son azules, es porque interviene un gen recesivo – es decir, no dominante -, por lo que existe una predominancia de la tonalidad oscura de globos oculares por sobre los claros.
No obstante, si ambos padres tienen ojos oscuros, su hijo de todas formas podrá tenerlos azules. Esto ocurre cuando los dos progenitores tienen un padre, del que heredaron el gen recesivo para los ojos claros.